Plaza Giordano Bruno

Cientos de migrantes haitianos en la Ciudad de México, acampando en la plaza Giordano Bruno alrededor de la estatua del hereje, resisten ante la presión de vecinos y autoridades quienes buscan desalojarlos.

  • Título provisional: Plaza Giordano Bruno
  • Género: Documental
  • Duración estimada: 120 minutos
  • Dirección, cámara y producción: Juan Manuel Sepúlveda
  • Locaciones: Ciudad de México
  • Formato de filmación: 4k
  • Idioma: Creolé y Francés
  • Fecha de terminación estimada: Invierno 2025

En el corazón de la Ciudad de México, un éxodo de haitianos ocupa la plaza Giordano Bruno mientras espera una visa humanitaria para alcanzar los Estados Unidos. Alrededor de la estatua del pensador hereje, muerto en la hoguera en 1600, hay más de cien carpas improvisadas en las que se hacinan cientos de migrantes que huyeron de su país con la esperanza de alcanzar una mejor condición de vida.

En el centro de la plaza, una gran estatua de Bruno, vestido en su hábito antes de ser quemado, contempla silenciosa lo que parece afirmar categóricamente dos de las ideas por las que fue condenado. Todo cuerpo celeste, al igual que los cuerpos terrestres, están dotados de un alma que los hace moverse por un universo infinito y no limitado. Es naturaleza de estos cuerpos, por lo tanto, desplazarse ilimitadamente a imagen y semejanza del infinito divino.

Al margen de las lecturas de la migración como un efecto económico, político o social, ¿podríamos considerar la proposición de Bruno para acercarnos a ella como un empeño de producir semejanzas con nuestra naturaleza divina? ¿Qué efectos tiene esta otra aproximación en este tiempo de grandes migraciones y del predominio de la visión de la migración como un asunto de seguridad global?

La segunda idea, no menos escandalosa para la furibunda inquisición, es que las almas no permanecen cautivas en el cuerpo y transmigran desplazándose entre cuerpos, al igual que los astros. Esto, que sostienen otras muchas espiritualidades en particular las del África animista, se mantiene en la espiritualidad nativa de los ocupantes de la plaza, descendientes de esclavos africanos que a principios del siglo XIX subvirtieron la dominación colonialista y, tras una rebelión victoriosa, fundaron la primer república de negros libres.

Espiritualidad ligada a la liberación, a la lucha de las almas que retornan para romper el ciclo de la esclavitud y poder desplazarse libremente a semejanza del infinito divino. Espiritualidad en la que se gesta la rebelión de esclavos, a través de ceremonias secretas en las que se invocan espíritus que transmigran para poseer cuerpos de un pueblo en el éxodo desde que fueran embarcados para migrar forzadamente a través del Atlántico.

¿Es la migración de estos haitianos una extensión de su lucha espiritual y política?

La película se construye a través de dos líneas. Por un lado, el seguimiento del día-a-día de la cotidianidad en el parque a partir de dos personajes principales: Mani (35) y Wisena (39), las dos cocineras y matriarcas del campamento. Mientras seguimos sus actividades diarias, vamos descubriendo a dos entrañables y potentes personajes que lo dejaron todo, incluyendo a sus hijos, con la esperanza de alcanzar la tierra prometida. Ambas llevan caminados miles de kilómetros, expuestas al mayor infierno para un migrante, el territorio mexicano, más incluso que la terrible selva del Darién en la frontera entre Colombia y Panamá. A pesar de todo, son dos mujeres alegres que no se dan por vencidas. Al mismo tiempo, descubrimos a través de ellas a otros entrañables personajes y la dinámica de un campamento lleno de humor, esperanza y amor.

La otra línea la constituye la voz “en off” del realizador que no solo reflexiona sobre la relación entre los postulados de Bruno y su encarnación en la migración, también sobre el hecho de relacionarse con personas de las que no conoce su lengua y ha asumido, como un gesto político, el negarse a conocerla. ¿No fue el creole una lengua secreta?

A través del seguimiento y de la intervención a través de la “voz en off” del realizador, tal como lo hice en mi primera película “La Frontera Infinita”, se va construyendo una historia de esperanzas, mientras esperan recibir una confirmación de su petición de asilo que el gobierno de los Estados Unidos les permite hacer desde México. Recibida la confirmación, dejarán el campamento para acercarse a una de las fronteras más peligrosas del mundo, sobre todo para los migrantes.

De esta manera, la película se construye a través de los ciclos de la espera y la salida, hasta que, finalmente, salga hacia la frontera la última de las personajes a las que seguimos.

La migración, y los migrantes, atraviesan toda mi filmografía, luchando contra la reducción de la que son objeto seres complejísimos a quienes se les limita como simples damnificados de la gris compulsión de las relaciones económicas.

A partir de la figura del hereje Giordano Bruno, presente materialmente a lo largo de la película, pretendo expandir la visión sobre la migración bajo dos de sus postulados por los que fue quemado: la divina justificación de la movilidad de los cuerpos, tanto terrenales como celestes, y la transmigración de las almas.

Reivindicando la inmediatez y la trascendencia de la estética del cine directo, me confino en el perímetro de un espacio público ocupado por los desplazados de la historia, tratando de invocar, a partir de su cotidiano, la memoria no redimida que les acompaña. Memoria de espíritus rebeldes e insumisos que no dejan de luchar por terminar con el éxodo y volver a la tierra prometida. Espíritus que, si atendemos a Bruno, están migrando con ellos.